9 de febrero de 2009

Presidencialismo o parlamentarismo, el falso dilema (Parte 2)

En un artículo anterior (del 18/12/08 publicado en este diario), planteé mi postura con respecto a la errónea antinomia presidencialismo o parlamentarismo esbozada por varios intelectuales que siguen creyendo que los problemas por los que atraviesa la Argentina se deben principalmente -sino exclusivamente- a debilidades institucionales. Expuse que estos intelectuales consideran que una de las soluciones consiste en cambiar del sistema presidencialista, en el que vivimos, -donde predomina el poder ejecutivo sobre los otros dos- a uno parlamentarista -en el cual la preeminencia de poder está en el parlamento- Esta argumentación, sostenía en la nota, resurge y es utilizada por la oposición al gobierno de Cristina Fernández para intentar traspasar el poder de uno a otro sistema ya que, luego del conflicto con la patronal agraria, les conviene que las decisiones se tomen en parlamento por una cuestión de correlación de fuerzas políticas.
El parlamentarismo, sin embargo, no constituye ninguna solución para la población; esta dicotomía, en realidad es funcional a las elites conservadoras que no están dispuestas a dar respuestas a (y menos discutir sobre) problemáticas sociales y económicas que atraviesa nuestro país, ya que la visión institucionalista, habla de instituciones y sólo de eso. Basta traer a colación el conflicto en Grecia en Diciembre de 2008 para entender que el cambio a un sistema parlamentario no resolvería ninguno de nuestros problemas; Ese país cuenta con un sistema republicano parlamentario y, sin embargo, se produjo un levantamiento popular -que tuvo como punto de inicio un caso de gatillo fácil de un policía contra un chico de 15 años. Este hecho, sin embargo, se dio en una coyuntura particular: El descontento social por los planes de ajuste económico y por los escándalos de corrupción en el gobierno, el malestar de los jóvenes -que son los que sufren la tasa de desempleo más alta de la Unión Europea (22,9 según Eurostat)- y su falta de expectativas, la crisis internacional que golpea a los trabajadores, la deficiencia del sistema universitario –que implica un gasto para el estado tan pequeño que figura entre los más bajos de los 30 países mas desarrollados del mundo-, los niveles de pobreza que consideran exorbitantes (8,3%), la alta tasa de desempleo, los bajos salarios, la conformación de un estado policial (por el excesivo control que se ejerce sobre la parte de la población más vulnerable) y la formación de barrios pobres donde predomina la droga son algunos de los factores más importantes.

Al analizar esta serie de problemas nos damos cuenta de que nosotros estamos peor; Nos pisan cada vez más y más fuerte, y sin embargo, no reaccionamos (o no lo hacemos a escala griega). Y es que un gran porcentaje de la población adoptó muchos de los supuestos neoliberales. Dos décadas de implementación de estas políticas (que inician con la dictadura militar) donde, a medida que aumentaba la pobreza, la indigencia y la desocupación, la propaganda oficial nos convencía de que había que desconfiar de nuestro vecino, de los beneficios del sálvese quien pueda, o de que el ciudadano era el centro de la sociedad –convirtiendo al pueblo en una mera suma de individuos aislados-, crearon el ámbito propicio para romper los lazos de solidaridad que terminaron por hacer que un gran porcentaje de la población no se interese por los padecimientos de la mayoría, que era pobre.La respuesta consiste en entender que problemas como la pobreza, la indigencia, la desocupación, la falta de viviendas dignas, la desnutrición -que afecta principalmente a los niños-, la falta de cobertura médica para gran parte de la población, entre otros, no se resuelven solamente realizando cambios institucionales o estéticos, sino que se necesitan transformaciones socioeconómicos y culturales a gran escala. ¿Qué pasará si la población argentina se movilizara -como lo hizo la griega- frente a cada caso de gatillo fácil? ¿Qué sucedería si el pueblo se uniera contra sus representantes, en cualquier nivel del estado, cuando estos tomaran medidas de ajuste económicas, que crearan desempleo, pobreza, indigencia o cuando se incumplieran los derechos más básicos como son el tener una vivienda digna? Algunos tendrían miedo por el predominio de movilizaciones, paros, huelgas, etcétera… Yo, en cambio, considero que a la unidad de la población no hay que temerle, creo que si el pueblo se movilizara masiva y constantemente, no para “cuidar cada uno de su kiosquito”, sino para solidarizarse con los padecimientos del más desprotegido, las cosas comenzarían a cambiar…



(Lautaro Matias Taibo, Diario El Cordillerano, Sábado 7 de Enero 2009)

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